Navidad
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Navidad
Durante el Adviento en nuestro camino hacia Jesús, hemos seguido el ejemplo de San Juan Bautista, San José y de nuestra Madre. Nos han llevado hacia él. Hemos llegado a donde queríamos ir, al establo de Belén. Ahora debemos centrarnos en Jesús; eso es lo que importa. Estos días de Navidad son días de calma y serena contemplación del Niño Dios. Todo lo que tenemos que hacer es mirarlo, despacio, para sumergirnos en el misterio de un Dios hecho hombre, admirando la maravillosa mezcla de su humanidad y divinidad, guardando su perfecta distinción. Eso es todo, mirarlo y nada más. Intentar profundizar más y más dentro del infinito abismo del amor de Dios por nosotros, un pozo sin fondo lleno de su majestad y poder. Y todo eso está concentrado en un diminuto bebé.
¿Por qué tuvo que venir? No tuvo, pero no solo quiso vivir con nosotros, sino que quiso también hacerse hombre, gozar y sufrir por todo lo que nosotros pasamos excepto en el pecado. Y ahora comienza, como nosotros hicimos, su terrena andadura como un bebé. Un niño pequeño que no puede abrir sus ojos, sin dientes y con sus manitas cerradas. Todo lo que hace es comer, dormir, llorar y ensuciar pañales. Es completamente indefenso, dependiendo cien por cien de los demás. Solo puede tomar la leche de su madre. Un Dios desamparado, que si lo dejas en la intemperie, se muere. No puede ni siquiera sonreír, la cara roja y sin pelo. Si pudiera abrir sus parpados, veríamos unos ojos marrones maravillosos.
Y ese es el niño que tenemos que contemplar, aunque no pueda vernos; y está dormido. Es una mirada de una sola dirección, intentando aprender de su cátedra, su silla de profesor, un libro abierto, el libro de su vida, sus primeras lecciones de su paso por la tierra. Podía haber venido como un hombre ya hecho, pero quiso comenzar por el principio, pues somos lentos en aprender. Necesitamos horas de contemplación paciente delante de un pesebre, mirando como pasa frio, como llora, o como se arrulla en los brazos de su madre. Las dos primeras lecciones que aprendemos son humildad y pobreza. Vino con nada, y cuando se vaya, su única posesión será el madero de la cruz. ¿Humildad? No hay mejor ejemplo que un Dios bebé.
¿Y que hacemos en frente del Niño Dios? No tenemos que hacer mucho. María se encarga. ¿Qué hacen las madres con sus hijos? Los cuidan, alimentan, lavan, los consuelan, los llevan en brazos, les dan amor, los besan. Algunos de nosotros no sabemos mucho qué hacer con un bebé. Por lo menos le podemos dar cariño. Este bebé nos puede enseñar a amar. Cógelo en tus brazos, y cuidado no lo dejes caer. Cada vez que pecamos, se nos cae. Nos podemos ofrecer a él con generosidad. Un bebé trae lo mejor de nosotros. No podemos decirle que no. En frente del niño no podemos aparentar o pretender. Debemos ser nosotros mismos. Lo primero que nos dice cuando nos acercamos a él es: quítate ese disfraz; se lo que eres, un niño como yo.
Quizás lo mejor que podemos hacer es sentarnos en un rinconcito de la cueva, sin estorbar, y, escondidos detrás de las sombras, contemplar como María cuida a su hijo. Es una escena maravillosa, conmovedora. Lo atiende sabiendo que es Dios y hombre. Nos enseña a cómo tratarle en su humanidad y en su divinidad. No puedes cansarte, mirando al niño y a su madre. Muchos artistas han intentado captar ese momento. Nuestra imaginación es más poderosa.
josephpich@gmail.com
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