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Homilías de cuatro minutos
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Magnanimidad El evangelio de hoy sube un peldaño. Jesús siempre nos eleva a otro nivel. Es un recuerdo de la llamada universal a la santidad. Significa que estamos llamados a ser perfectos, de manera que cuando nos muramos vayamos derechos al cielo. Es el mensaje central del Concilio Vaticano Segundo. No sólo deberíamos ser buenos cristianos, sino santos. No significa rezar cientos de rosarios, ni estar todo el día en la iglesia, sino tener un corazón nuevo, el corazón de Cristo, dejar que Jesús se luzca a través de nosotros. ¿Podemos ser santos? Imposible. Sólo Dios nos puede hacer santos, porque solo Él puede hacer cosas imposibles. ¿Cómo? Dejándonos hacer, con un deseo de ser santos por encima de todo otro deseo, y así poniendo los medios para recibir su gracia a través de la Comunión y la Confesión, la oración frecuente, siguiendo su voluntad y amando a todo el mundo. Así llegamos al primer mensaje del evangelio: amar a nuestros enemigos. ¿Cómo podemos hacer esto, si nos es difícil querer a la gente con la que vivimos? En primer lugar, no deberíamos tener enemigos. Deberíamos querer a todo el mundo. Sin embargo, no somos un billete de cien Euros que a todo el mundo gusta. Si la gente no nos gusta no es nuestra falta. Jesús no nos pide que nos guste todo el mundo, sino que los amemos. En la primera lectura vemos a David defender la vida del rey Saul, que le buscaba para matarlo. Dos veces tuvo David su vida en sus manos y lo dejó vivir. Eso le gustó mucho a Dios. Hoy Jesús nos pide que seamos magnánimos, con un alma grande, que eso es lo que significa magna anima, un corazón abierto a todo el mundo. El evangelio nos anima a hacer bien a los que nos odian, bendecir a los que nos maldicen, rezar por los que nos calumnian, ser misericordiosos como nuestro Padre Dios es misericordioso. Significa tener el corazón de Cristo. Me recuerda a Alejandro Magno. Dicen que un día un pordiosero le pidió una limosna. Ordenó que le hicieran señor de cinco ciudades. Le contestó confundido que no había pedido tanto. Alejandro respondió solemne: tu pides como quién eres, yo doy como quien soy. La tentación es guardar nuestros corazones en un cajón cerrado con llave, para que no sufra. Todos hemos sido heridos, cuando hemos abierto nuestro corazón a otra persona. Como dice el proverbio castellano, quien bien te quiere te hace llorar. No podemos dejar que nuestro corazón de carne se convierta en piedra. Cuando lo acercamos a Jesús, no puede romperse, y está en el lugar apropiado. Los santos tienen un corazón tierno, grande, generoso, expuesto a todo el mundo, y está defendido de los ataques del maligno, porque está lleno de Dios. La segunda cosa que Jesús nos pide hoy es ofrecer la otra mejilla. Un hombre le robó a un padre del desierto todo lo poco que poseía. Cuando se iba, el ermitaño corrió hacia él y le ofreció un cesto que se había olvidado. Cuando el ladrón vio su cara de felicidad, se lo dio todo de vuelta, pidiéndole que compartiera su felicidad y desasimiento. Deberíamos estar dispuestos a dar a Dios lo que nos pida, todo si hace falta. Al fin y al cabo, todo lo que tenemos viene de Él. josephpich@gmail.com…