Los pasos de Caín, de Armando Rivera
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El escritor Armando decidió redactar su tesis de licenciatura en Historia sobre la injerencia religiosa en la formación del estado en Centroamérica, en el siglo XIX. Le tomó dos años de investigación en los archivos de la Curia. Mientras aguardaba que la Escuela de Historia de la Universidad de San Carlos de Guatemala, “marxista y ortodoxa”, decidiera aprobarle el tema, empezó a tener inquietud acerca de por qué un personaje notable de la época, el tercer marqués de Aycinena, no llegó a ser arzobispo de Guatemala aunque poseía una trayectoria pulida y suficientes calificaciones para el puesto. Le preguntó al director de la Curia si existían imágenes de estos personajes y la respuesta fue afirmativa. “Entramos a una de esas hermosas salas capitulares, donde están todos los obispos y arzobispos que ha tenido la tradición cristiana guatemalteca”, refiere. Ante el retrato del marqués se puso a fantasear acerca de las razones por las cuáles no pudo ocupar el asiento arzobispal. Con la imaginación en marcha empezó a escribir una novela. “Las pasiones humanas en todas sus acepciones, desde las más bajas hasta las más sublimes, y desde las más puñeteras hasta los actos de solidaridad más grandes, pueden estar dentro de la literatura”, comenta. Poco después detuvo el libro: comprendió que escribir exige un esfuerzo diario y constante. En 1992 murió asesinado el historiador Estuardo Peña. Fue el último crimen político ocurrido en la universidad, previo a la firma de los Acuerdos de Paz. El hecho afectó mucho a Armando. Aunque pertenecían a grupos rivales dentro de la Escuela, respetaban el debate y el ejercicio de ideas. La impresión se almacenó hasta que una madrugada, a las 3 a.m., Armando se levantó y comenzó a redactar un cuento “sin tener una intuición clara”. Lo escribió porque tenía necesidad espiritual de contar ese período. La narración, Los pasos de Caín, referida desde el punto de vista del sicario, obtuvo en 1995 el primer lugar del premio Francisco de Vitoria, convocado por la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado. Aunque ha publicado dos libros de cuentos, y reunido dos antologías de relatos, Armando se considera más poeta que prosista. Estima que hacer poesía desnuda las emociones del escritor, mientras que hacer narrativa permite que uno se oculte tras los personajes. “Con una novela”, afirma, “tenés que tener una disciplina enorme. En los cuentos, lo que tenés que tener es genialidad. Para un poema tenés que tener disciplina más genialidad. Si no, no es poesía”.
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